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Dicen que los tres grandes retos para el futuro inmediato de la humanidad (desde el punto de vista de los países desarrollados) son: la sostenibilidad del planeta, la longevidad y la acelerada transformación digital.
Es posible que la tecnología pueda combinar soluciones compartidas entre estos tres retos, pues se puede desarrollar una Transformación Digital Sostenible (TDS) que contribuya, tanto al logro del reto ecológico, como al sostenimiento de un modelo productivo y social que atenúe los riesgos de la inversión de la pirámide poblacional.
La tecnología ha sido siempre el elemento dinamizador de los cambios en la historia de la humanidad; y cuando ha sido disruptiva, ha supuesto cambios súbitos en el sistema productivo, económico y social, ocasionando una suerte de “destrucción creativa” que acaba con unos empleos y crea otros.
La vertiginosa velocidad del cambio actual preocupa ya desde el punto de vista del futuro de los empleos tradicionales; y, sin embargo, ofrece atractivas oportunidades profesionales para empleos que aún son difíciles de imaginar.
Este escenario origina el inconcluso debate sobre el impacto de la tecnología en los empleos, generalmente más claro a la hora de identificar aquellos que pueden desaparecer, pero, evidentemente, más difuso a la hora de esbozar los empleos del futuro. En este propósito de adivinar lo que ocurrirá, surgen posturas tecno-pesimistas y tecno-optimistas, cuando no intermedias.
Para los tecno-pesimistas, la velocidad del cambio reduce la capacidad de adaptación y las nuevas empresas tecnológicas no son empleadoras masivas, además de que la amplitud del proceso a todos los sectores de actividad no permitirá el trasvase de desocupados de unos sectores a otros, conduciendo a una mayor brecha social y una polarización del empleo (el llamado modelo laboral en forma de reloj de arena).
Para los tecno-optimistas, la tecnología ha ayudado a que, en los últimos 30 años, se haya reducido a la mitad el número de habitantes que viven en extrema pobreza; en que los vaticinios del pasado con respecto al impacto negativo de la tecnología no se hayan cumplido (como ha ocurrido con el sector del automóvil frente al caballo o la industria textil); que se puede trabajar menos horas y que, incluso, las máquinas podrían ayudar, en un futuro más lejano, a que logremos el “pleno desempleo” y que el trabajo humano sea erradicado.
Lo que es seguro es que sobrevivirán los trabajos menos mecanizables o robotizables, que desaparecerán muchas actividades, aunque la mayoría se transformarán; y que la creatividad, la originalidad, la inteligencia social y los valores irán al alza; mientras que los seres humanos que se configuren como meros organismos acumuladores de conocimiento en sus limitados cerebros dejarán de ser tan útiles como lo han sido hasta ahora, dando paso a aquellos que tengan la capacidad para resolver problemas. Si se me permite el símil, el cerebro humano no debe utilizarse como un mero disco duro de almacenamiento, debe migrar el proceso de almacenado a la nube (cloud) y centrarse en su capacidad de pensamiento, reflexión, interrelación y creación.
Como la discusión entre tecnología y empleo empieza a ser particularmente relevante; es creciente el número de estudios que lo han tratado. Así, Graetz y Michaels (2016) analizaron 14 industrias de 17 países entre los años 1993 y 2007, concluyendo que la robotización aumentaba la productividad y que no reducía el empleo de forma agregada, aunque sí afectaba al empleo menos cualificado. Goldin y Katz (2008) sostienen que la tecnología se hace más complementaria con los humanos en los empleos más cualificados. Por su parte, Acemoglu y Restrepo (2017) demuestran que los países más avanzados tecnológicamente no tienen tasas de desempleo mayores y que hay una correlación negativa entre digitalización y desempleo.
Un conocido análisis de los investigadores David Autor, Lawrence Katz y Melissa Kearney (2006) concluye que la tecnología consigue complementar bien a los empleos con tareas abstractas y no rutinarias; que la tecnología no afecta a las tareas manuales no rutinarias y que, sin embargo, la tecnología sí afecta fuertemente a los empleos basados en tareas rutinarias.
Sin duda alguna, uno de los trabajos que más alarma ha producido es el de Frey y Osborne (2013) que analizaron 702 ocupaciones laborales en Estados Unidos, pronosticando que un 47% de los empleos serían reemplazados antes de 2030. Sin embargo, Amtz et. al. (2016) reducían esta preocupante proporción al 10%. En el caso de España, Doménech et. al. (2018) estimaban el impacto en torno al 35% de las ocupaciones.
Como puede verse, es cierto que la tecnología va a tener un considerable impacto en la actividad laboral, que sólo se puede estimar cuándo y no fácilmente cómo; y que, más complejo aun es saber cuáles serán las profesiones del futuro, aunque algunas ya se puedan adivinar y otras se están creando estos años.
Los que terminamos el bachillerato en los años ochenta ¿Sabíamos que nuestra generación diseñaría Apps, aplicaciones de Inteligencia Artificial o smart contracts en blockchain? No nos lo enseñaron, pero algunos lo han hecho, generalmente aquellos con más visión, más audaces o con más curiosidad por saber y hacer.
Tirole (2017) afirma con sus estudios que en la transición tecnológica habrá que proteger a las personas y no a sus puestos de trabajo. Por ello, creo que será preciso gestionar entre todos una Transformación Digital Sostenible (TDS) que pueda encauzar el torrente innovador y atenuar su ímpetu transformador.
Y si me preguntan personalmente a mí, como humilde relator de estos hechos, creo que podemos ser tecno-optimistas a medio y largo plazo, aunque nos ha correspondido vivir una época de tecno-pesimismo a corto plazo, que puede ser cruel para los que no estén adecuadamente formados e informados.