El Premio Nobel de Economía del año 1981, James Tobin, afirmaba, así de contundente, que “la proliferación de operaciones financieras no sirve en muchas ocasiones para realizar más económicamente una tarea sino para inflar la cantidad y variedad de intercambios financieros, operaciones con las que huir de una regulación y obtener un beneficio privado sin la equivalencia de un beneficio social”. Concretamente, este académico estadounidense propuso inicialmente un impuesto que gravara los movimientos en divisas con el objetivo de desincentivar la especulación basada en las variaciones de tipos de cambio –lo que originó el concepto de Tasa Tobin-.
En su teoría y razonamiento no le faltaba razón, pues apuntaba directamente al ya eterno debate entre la separación e hipercrecimiento de la economía financiera frente a la economía real, aunque esto sea para muchos discutible, pues la economía es un “todo en uno” con sus múltiples interrelaciones; por lo que tal segmentación puede tener mucho de artificial. No hay producto real sin la financiación para producirlo y sin un sistema financiero que la provea y canalice; pues por mucho que se empeñen algunos, la economía es una ciencia social de perfiles imperfectamente definidos, con claros componentes sociales y políticos. Sirva también así, como popular ejemplo, que un importante partido de fútbol se puede considerar, económicamente, como un servicio-espectáculo, sin que se fabrique o se cree nada (¿es esto economía real?) pero todos sabemos la cantidad de dinero que puede mover, y cómo también sobre este asunto se puede discutir largo y tendido sobre si cada activo humano o jugador, humanamente intangible en sí mismo y en su riesgo, puede alcanzar el valor equivalente al precio de cada fichaje (¿es ahora economía financiera?).
Ver artículo publicado por TMI,Treasury Management International
Ver artículo publicado en la revista de ASSET (versión en castellano)